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Escrito por: Michel Merlet
Fecha de redaccion:
Organizaciones: Association pour contribuer à l’Amélioration de la Gouvernance de la Terre, de l’Eau et des Ressources naturelles (AGTER)
Tipo de documento: Boletín informativo
Apuntando a cuestiones poco tratadas hasta ahora, varios artículos recientes de la página web de AGTER han dado la voz de alarma sobre el futuro que nosotros mismos preparamos. Todos los indicadores están en rojo: las crisis mayores no estallarán dentro de unos siglos, su desarrollo ya ha comenzado.
Henri Rouillé d’Orfeuil muestra como la evolución demográfica y las exclusiones campesinas masivas en el mundo nos conducen de forma directa a una situación inmanejable y absurda. Si las tendencias actuales se confirman, haría falta poder crear más de 3.500 millones de empleos de aquí a 2050 para que todos los seres humanos tengan un trabajo que les permita vivir. Henri Rouillé d’Orfeuil critica las cifras presentadas por el Banco Mundial en su último informe de 2013 sobre el Estado del mundo y señala un gran error en su sistema de previsión macroeconómico, la hipótesis del pleno empleo, ¡completamente irreal en el contexto actual!
Fréderic Dévé llama nuestra atención sobre las últimas cifras del número de personas que sufren hambre en el mundo que son proporcionadas por la FAO, habiendo afinado su método de medición. Habría en realidad, entre 1.500 y 2.500 millones de personas que pasan hambre en el mundo, una cantidad más de dos veces superior a la única cifra presentada por la FAO en el cuerpo del informe de 2012 sobre Inseguridad Alimentaria. Es en los anexos de este mismo informe donde Dévé saca a la luz estas nuevas estimaciones, ¡que son al menos el doble de las anteriores!
Podemos afirmar, en base a las reflexiones que han tenido lugar en el seno de AGTER, que los fenómenos de acaparamiento de tierras y la privatización de bienes comunes que se traducen en la multiplicación de grandes unidades de producción agrícola en todo el mundo constituyen una amenaza para toda la humanidad (ver ponencia en la Academia de Agricultura de Francia). La mayor parte de los estudios publicados sobre estas cuestiones, y en particular la del Banco Mundial de 2011 y la de ILC (International Land Coalition) en 2012 señalan que existe peligro, pero sin llegar a explicar los mecanismos que están en marcha. Muchos mantienen la idea de que la coexistencia de grandes empresas y pequeños productores no es solamente posible, sino deseable, no habiendo comprendido que el desarrollo de los primeros es una de las causas esenciales de la ruina de los campesinos y de la crisis mundial que vivimos.
Temas del mismo orden de preocupación que no hemos abordado directamente han sido desarrollados por otros: el calentamiento climático, la degradación del suelo y de los ecosistemas marítimos y terrestres, etc… Pero frente a todas estas amenazas, las reacciones que predominan son tan tímidas como irresponsables. Nuestros nietos y bisnietos, si logran sobrevivir a las pruebas terribles que les esperan, no tendrán palabras suficientemente duras para describir la mascarada de los objetivos de milenio y los análisis aberrantes que les sustentan.
Ciertamente, la aprobación en mayo de 2012 por el Comité de Seguridad Alimentaria de las Directrices Voluntarias sobre la gobernanza responsable de la tierra y los recursos naturales, que ha sido posible gracias a la movilización de la sociedad civil mundial, constituye un paso en buena dirección aunque muy insuficiente. Pensar que bastará convencer a los gobiernos de integrar dichas Directrices en sus cuadros jurídicos nacionales para que su aplicación se convierta en obligatoria sería un grave error. Los desafíos son de otra naturaleza, debido a las relaciones de fuerza muy desiguales entre los actores, las interdependencias entre los Estados, la existencia de poderosos agentes económicos transnacionales. Éstos desafíos se ubican ahora a escala planetaria y en este sentido no podemos eludir más tiempo la cuestión de la gobernanza global.
Nadie tiene por el momento ni respuestas ni soluciones. Nos hará falta revisar ciertos valores, conceptos, supuestos que creíamos ya definidos de una vez por todas y rearticular lo económico y lo social en lugar de continuar tratándolos sistemáticamente de forma separada. Debemos mejorar nuestra comprensión de los derechos humanos fundamentales. Cada individuo tiene derecho a tener una alimentación suficiente, acceso al agua potable, etc. pero hay que conservar también un planeta viable, para él, sus hijos y sus nietos. ¡Derechos y obligaciones! Las reflexiones que hemos desarrollado sobre la captación de bienes comunes y de riquezas naturales y sobre la repartición del valor añadido entre los trabajadores, los poseedores de capital y los terratenientes abren nuevas perspectivas. Llevan a mirar de forma diferente las “inversiones” de las que nos hablan sin parar, engañándonos sobre su verdadera naturaleza.
Se requiere valor y audacia para pensar a largo plazo y tomar decisiones, frecuentemente contrarias a los intereses inmediatos de los principales decisores, que permitirán evitar el hundimiento global que nos amenaza. En el siglo XX, decenas de millones de muertos, en genocidios y numerosos conflictos mundiales, han sido « necesarios » para que la humanidad comience a reaccionar creando el sistema de Naciones Unidas, en el marco de un equilibrio de dos bloques cuyo enfrentamiento directo habría significado una catástrofe aún más terrible. La crisis global que vivimos hoy presenta muchas similitudes con la crisis de principios del siglo XX. Nada permite afirmar que sabremos hacerle frente, pero no debemos renunciar a no explorar ninguna pista, ni eliminar ninguna idea, por irrealista que pudiera parecer en el momento, para evitar lo peor.
Michel Merlet
AGTER, Director
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